TCA: el olor a corcho en el vino

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Uno de los defectos más habituales que podemos encontrar en una botella de vino es el TCA o más conocido como el olor a corcho. Entre 1 y 3 por ciento de todos los vinos del mundo (cerrados con corcho natural) pueden tener TCA. El ‘corcho’ trasmite al vino un aroma desagradable que lo asociamos a la humedad como a cartón mojado o trapo mojado. Aunque su nombre sugiere una simple anomalía del tapón, su origen y alcance son mucho más complejos.

¿Qué es el olor a corcho?

El olor a corcho, conocido técnicamente como TCA (2,4,6-tricloroanisol), es un compuesto químico que, incluso en concentraciones ínfimas (por debajo de cinco partes por billón), puede alterar drásticamente el perfil sensorial de un vino. No es tóxico, pero sí profundamente desagradable: opaca los aromas naturales y deja un rastro de humedad y moho que impide disfrutar plenamente de la bebida.

¿Cómo se genera el TCA?

El TCA no se produce directamente en el corcho, sino como resultado de una reacción entre compuestos fenólicos naturales (presentes en la madera) y agentes clorados, como los utilizados en algunos procesos de limpieza industrial. Cuando ciertos hongos —particularmente del género Armillaria o Trichoderma— metabolizan estos clorofenoles, se forma el tricloroanisol.

Durante décadas, se asumió que el problema provenía exclusivamente de los tapones de corcho natural, que al estar elaborados a partir de la corteza del alcornoque, eran susceptibles a la contaminación. Sin embargo, investigaciones más recientes han demostrado que el TCA también puede encontrarse en las instalaciones de las bodegas, en barricas mal tratadas, en los palets de madera, o incluso en las paredes y techos si las condiciones de humedad son favorables.

¿Cómo se contagia?

Una vez presente, el TCA puede ser extremadamente persistente y volátil. Aunque no se propaga como un virus, sí puede contaminar superficies por contacto o por aire, afectando múltiples elementos en la línea de producción. Esta capacidad de dispersión ha obligado a muchas bodegas a revisar sus protocolos de higiene, abandonar el uso de productos clorados y adoptar estrictos controles de calidad, especialmente en el manejo de corchos y maderas.

También se ha observado que el TCA puede afectar el vino durante el embotellado si el entorno no está libre de contaminantes. Por ello, muchas casas vinícolas han invertido en tecnologías avanzadas de detección y tratamiento, desde el uso de corchos microgranulados tratados, hasta el desarrollo de tapones sintéticos y de rosca en mercados más escépticos ante el riesgo del “cork taint”.

¿Cómo detectamos si el vino tiene olor a corcho?

Detectar el olor a corcho requiere entrenamiento sensorial, aunque algunos consumidores lo identifican de inmediato por la pérdida de intensidad aromática y la aparición de notas apagadas o mohosas. En el entorno profesional, existen métodos analíticos más precisos, como la cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas, capaces de identificar el TCA en niveles casi imperceptibles para el ser humano.

La industria del corcho ha desarrollado sistemas como NDtech, un proceso de inspección individual que permite detectar la presencia de TCA en cada tapón antes de ser utilizado. Estas medidas han reducido significativamente la incidencia, que en los años 90 se estimaba en hasta un 5% de las botellas y que hoy, en las bodegas más cuidadosas, no llega al 1%.

El vino es un producto vivo y complejo, capaz de ser afectado por distintas variables del ambiente. El TCA es una más de ella que pone en jaque la apreciación sensorial de la bebida. Pero hay que estar atentos: el ‘olor a corcho’ puede ser más o menos intenso, por eso es importante que la primera vez que nos llevemos el vino a la nariz sea con el vino quieto en la copa. En cuanto nosotros lo agitamos y acemos circular el vino, el líquido entra en contacto con el aire y se abre, se expresa. Los descriptores aromáticos que intensificamos con el oxigeno pueden tapar el defecto y nosotros podríamos quedarnos con una botella defectuosa.

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