Uno de los mayores trabajo para realizar en el viñedo es el combate contra la filoxera. Se trata de un insecto, un pulgón, que ataca y se come las raíces de las vitis viníferas. Arrazó los viñeros de europa durante el siglo XIX y sigue siendo una amenaza latente.
¿Qué es la filoxera?
La filoxera (Daktulosphaira vitifoliae) es un insecto hemíptero de la familia Phylloxeridae que ataca las raíces de las vides. Presenta distintas fases y morfologías a lo largo de su ciclo vital, que puede incluir estadios aéreos y subterráneos, tanto sexuales como partenogenéticos.
Su capacidad destructiva radica en su forma subterránea. Se alimenta de las raíces mediante picaduras que provocan hipertrofias (nódulos o agallas), necrosis progresiva y, eventualmente, la muerte de la planta por infección fúngica secundaria y pérdida de vigor. Aunque también existen formas aéreas que atacan hojas, estas son menos letales.
Lo más significativo es que vitis vinifera (vides europeras) no posee defensas naturales contra la filoxera. En cambio si la tienen las vitis americanas como las Lambrusca y Riparia, con las que el insecto ha coevolucionado durante milenios.
Origen y llegada a Europa
La filoxera es originaria del este de Norteamérica, donde convive con especies de vid silvestre como Vitis riparia, Vitis labrusca o Vitis berlandieri. Estas especies desarrollaron mecanismos de defensa fisiológica que les permiten sobrevivir al ataque del insecto sin colapsar.
Con el auge del comercio intercontinental en el siglo XIX, y particularmente con el intercambio de plantas para experimentación vitícola entre Europa y América, la filoxera fue accidentalmente introducida en el Viejo Continente. Se estima que llegó a Francia hacia 1863-1865, probablemente a través del puerto de Burdeos en cargamentos de plantas americanas traídas con fines científicos o decorativos.
La devastación en los viñedos europeos
Una vez en Europa, la filoxera encontró en Vitis vinifera un huésped sin defensas. En pocos años, la plaga se extendió con una rapidez abrumadora, aniquilando viñedos completos y dejando regiones enteras en ruina económica.
El primer foco documentado fue en el valle del Ródano, en el sur de Francia. De allí, se propagó hacia el norte y el oeste, y en menos de dos décadas había alcanzado la mayoría de las regiones vitícolas del continente. Francia, Italia, España, Alemania, Hungría, Portugal y Austria vieron cómo sus cepas morían a un ritmo incontrolable.
En total, se calcula que más de 2.500.000 hectáreas de viñedos fueron destruidas solo en Francia, una pérdida sin precedentes. Las respuestas iniciales incluyeron soluciones ineficaces o desesperadas: desde inundaciones controladas de los viñedos hasta la aplicación de sulfuros, extractos vegetales y productos tóxicos, sin éxito duradero.
La solución: portainjertos de pie americano
La estrategia que finalmente resultó eficaz surgió no de la erradicación de la plaga, sino de una adaptación biológica: injertar variedades europeas sobre raíces americanas resistentes a la filoxera.
Esta solución fue desarrollada progresivamente a partir de 1870, gracias a la investigación de agrónomos franceses como Jules-Émile Planchon y Charles Vialla, con el apoyo de expertos estadounidenses. Se identificaron especies norteamericanas capaces de resistir el ataque del insecto y se crearon portainjertos híbridos compatibles con Vitis vinifera.
A partir de entonces, la viticultura europea se reconfiguró radicalmente: todas las nuevas plantaciones debían utilizar plantas injertadas, combinando la resistencia de raíces americanas con la calidad enológica de variedades europeas.
Este cambio implicó un enorme esfuerzo técnico y logístico, pero fue también una oportunidad para modernizar prácticas vitícolas y redibujar los mapas varietales de muchas regiones. La replantación posterior también supuso, en algunos casos, una homogenización o simplificación de los paisajes vitícolas tradicionales.
Persistencia y vigilancia actual
Aunque el uso de portainjertos ha mantenido a la filoxera bajo control, la plaga no ha sido erradicada y continúa presente en los viñedos. Aquellos plantados a pie franco (sin injertar) solo existen en zonas excepcionales donde las condiciones del suelo —como alta concentración de arena o aislamiento extremo— impiden el desarrollo del insecto.
Algunas de estas zonas incluyen partes de Canarias, Santorini (Grecia), Colchagua (Chile), ciertas áreas de Australia Occidental y suelos muy arenosos del sur de España.
La investigación continúa en torno a la plaga. Se trabaja en nuevos portainjertos más resistentes, adaptados al cambio climático y a condiciones extremas de sequía o salinidad, así como el monitoreo constante de las cepas silvestres, donde pueden evolucionar nuevas formas del insecto.
La filoxera no solo destruyó viñedos: alteró prácticas, territorios, relaciones económicas e incluso el imaginario romántico de la viticultura. Dejó una cicatríz en el patrimonio cultural de Europa. En esa herida convertida en solución, reside también una de las mayores epopeyas técnicas del vino moderno.

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