Está establecido que el lugar donde nace la uva afecta de forma determinante el resultado final del vino. El concepto de terroir implica que el clima, los suelos, y el trabajo humano establecen las condiciones en las que el fruto se va a producir. En ese marco, muchas veces se habla de vinos de montaña y de la altura de los viñedos sin tener en claro como esto afecta al vino.
La altitud no actúa como un simple descriptor geográfico: es un factor complejo del terroir, que interviene en la fisiología de la vid, la composición de la uva y la cinética fermentativa, generando vinos con identidades particulares.
Insolación y síntesis fenólica
A medida que aumenta la altitud, la insolación (la intensidad de radiación ultravioleta) crece aproximadamente un 10/12% por cada 1000 metros. Esta mayor exposición induce en la vid mecanismos de fotoprotección, principalmente la síntesis reforzada de antocianinas y flavonoles. Básicamente, la uva naturalmente aumenta el grosor de sus pieles para protegerse del contacto con el sol.
En cepas tintas este fenómeno se traduce en:
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Elevaciones en el contenido total de polifenoles.
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Mayor proporción de antocianinas aciladas, más estables frente a oxidación.
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Aumento de la densidad colorante y de la capacidad antioxidante.
En blancos aromáticos (Riesling, Sauvignon Blanc), los flavonoles adicionales actúan como cofactores que potencian la estabilidad de aromas tiolados y terpenos, particularmente en elaboraciones reductivas.
Amplitud térmica y maduración metabólica
La altitud genera un incremento en la amplitud térmica diaria, con días más cálidos y noches más frías respecto a zonas de menor elevación. Esta oscilación térmica repercute en la maduración. Mayor calor durante los días da mayores concentraciones de azúcar, mientras que el frío de las noches sostiene la acidez.
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Durante el día, temperaturas moderadas permiten avanzar la acumulación de azúcares sin llegar a niveles excesivos, dado que en altura la eficiencia fotosintética es más limitada por la menor presión parcial de CO₂.
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Durante la noche, el enfriamiento favorece la retención de ácidos orgánicos (especialmente málico), retrasando su respiración. El resultado son vinos con pH más bajo, mayor tensión ácida y perfiles frescos mejor conservados incluso en regiones soleadas.
Este equilibrio reduce el riesgo de sobremaduración y permite a los enólogos seleccionar fechas de cosecha con márgenes más amplios sin comprometer frescura ni estructura.
Estrés hídrico, suelo y fisiología radicular
Las zonas de montaña suelen presentar suelos poco profundos, alta pedregosidad y baja materia orgánica. Estas condiciones generan un estrés hídrico moderado y controlado que estimula:
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Mayor relación piel/pulpa en los granos.
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Concentración de compuestos minerales (K, Mg) y precursores aromáticos.
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Descenso en el rendimiento, pero mejora en la calidad fenólica.
La combinación de pendientes y drenaje rápido modula también la absorción radicular, favoreciendo perfiles minerales distintos según el origen geológico (granito, caliza, esquistos), que luego se expresan en boca como salinidad o sensación tánica más firme.
Menor presión de enfermedades y manejo agronómico
La altitud trae asociada una menor presión de patógenos fúngicos, gracias a la atmósfera más seca y a la ventilación natural. Esto posibilita estrategias de viticultura de precisión con:
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Reducción en tratamientos fitosanitarios.
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Mayor apertura del dosel y manejo orientado a la luminosidad en racimos.
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Implementación de técnicas de poda orientadas a controlar vigor en viñedos de crecimiento reducido.
En zonas extremas, sin embargo, el riesgo de heladas tardías obliga a integrar tecnologías de monitoreo térmico y estrategias de protección activa.
Identidad sensorial de los vinos de altura
Los vinos procedentes de zonas elevadas suelen compartir rasgos sensoriales que los distinguen:
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Tintos: color profundo, taninos finos pero firmes, acidez marcada, notas de frutos rojos frescos, florales y especiadas. La mayor proporción de flavonoles contribuye a una textura más vertical.
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Blancos y espumosos: elevada tensión ácida, perfil aromático nítido, componentes cítricos y florales, alcohol moderado y notable persistencia.
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Rosados: expresión aromática vibrante, color estable y boca lineal, con menor tendencia a oxidación.
El creciente interés por estos vinos se alinea con la demanda internacional de estilos más frescos, longevos y definidos por el origen.
Argentina es una gran ejemplo de vinos de altura. En especial, el Valle de Uco convina la mayorías de las características aquí vertidas.

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